Cayo Hueso: sopa de gallos, pescados y turistas

Cayo Hueso: sopa de gallos, pescados y turistas

Cayo Hueso, al extremo sur de los Estados Unidos, es un hervidero de turistas. Y yo seré uno de ellos… al menos por pocos días.

En este julio, los visitantes nos calentaremos a los 90 grados y, sin que nos importe la opinión de los residentes de la isla, estaremos muy a gusto en nuestro subir y bajar por la calle Duval, en continuas e inquisidoras oleadas.

Por cierto, estoy hablando de Key West, que es el nombre oficial de este pequeño paraje desde que Estados Unidos tomó control de Florida en 1821. Pero todavía en muchos contextos culturales y por la numerosa población hispana del estado preferimos decir “Cayo Hueso”.

Considerando que julio y agosto es temporada de alta afluencia, se estima que 250,000 turistas visitaremos la isla durante estos dos meses. En tanto que, según el censo más reciente, Cayo Hueso tiene una población de solo 26,444 habitantes. Lo que hace una pesada proporción de unos 12 turistas por cada residente.

El sentimiento de los habitantes locales por los turistas es una mezcla de odio y amor, que depende de las perspectivas. Un extremo diría que, hasta Hemingway, que vivió aquí por muchos años, se estaría revolviendo en su tumba de ver en Cayo Hueso tantos pescadores que no saben pescar, borrachos que no saben beber y gallos sin el menor sentido del tiempo.

¿Gallos? En efecto, estas vistosas aves, conocidas como gypsy chickens o «pollos salvajes», son omnipresentes en la isla, fornicando libremente y cantando a toda hora por calles, jardines y parqueos, hasta el punto de que para algunos se hace insoportable.

El origen de estas aves en Cayo Hueso se atribuye a la migración cubana de los siglos XIX y XX, cuando los exiliados trajeron gallos de pelea que luego fueron liberados en las calles de Key West tras la prohibición de las peleas de gallos en la década de 1970.

Se podría inferir que la creciente población de gallos en Cayo Hueso suma unas dos mil de estas aves, que se reproducen sin depredadores significativos ni restricciones, pues están protegidas por ordenanzas locales que prohíben su sacrificio o maltrato. La comunidad está dividida: para algunos, son ya un símbolo de la isla, mientras que otros los consideran una plaga, debido al ruido y los daños en los jardines.

Sí, quiero ir este julio, y contarles. Estoy en deuda con Cayo Hueso, desde la época en que una importante compañía de autos de alquiler me dio un descapotable y me pagó todos los gastos para que escribiera sobre los lugares de la isla. Tiempos —que todavía son— en que arrendar un carro para respirar libremente por los puentes de la cayería es la delicia.

Quiero saber si es verdad lo que los visitantes dicen, que es el lugar donde se ven los mejores atardeceres, se come el mejor pargo frito y donde todavía puedes arriesgarte con unas ostras frescas sin morir en el intento.

De manera que este verano estaré relajándome en el paraíso que es Cayo Hueso, aunque sin poder lanzarle un zapato al gallo que no me deje dormir en las mañanas.

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